Contra las patrias, el Viejo Maestro




La nacionalidad del obrero no es ni francesa, ni inglesa, ni alemana, es el trabajo, la esclavitud libre, el automercadeo. Su gobierno no es ni francés, ni inglés, ni alemán, es el capital. Su aire nativo no es ni francés, ni alemán, ni inglés, es el aire de la fábrica. La tierra que le pertenece no es ni francesa, ni inglesa, ni alemana, está a unos cuantos pies bajo el suelo.
Karl Marx: Crítica de «El sistema nacional de economía política» de Friedrich List

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lunes, abril 02, 2012

Angustia y dilema del soberanismo



 Joaquim Coll

El Pais

Nunca como hasta ahora se había tensado tanto la cuerda de los argumentos favorables a la independencia en Cataluña

¿Cataluña camina hacia la independencia? Esta es la pregunta que muchos nos formulamos viendo las opiniones que se expresan a diario en los medios de comunicación catalanes, tanto públicos como privados. Basta ver TV3, cadena que conserva el liderazgo de la audiencia, para comprobar la forma como se alimenta sistemáticamente el imaginario secesionista. La televisión autonómica no desaprovecha la menor oportunidad para comparar Cataluña con Flandes, Escocia o Québec, subrayar que los catalanes somos víctimas de un expolio económico, o aventurar un escenario donde la ruptura caerá como fruta madura. Se trata de un mensaje muy explícito, que vulnera el principio de neutralidad y pluralidad exigible a un medio que se sufraga con los impuestos de todos. Si esto lo hace un medio público, lo que ocurre cada mañana en emisoras de radio privadas como Rac1, dependiente del editor de La Vanguardia, es de una machaconería asfixiante. Y es que también en Cataluña tenemos nuestra particular “brunete mediática”: soberanista y mayormente de derechas. Asistimos a diario a una banalización del lenguaje, lo que como ya advertía el llorado Ernest Lluch genera “odio y mala sangre”. A menudo parece que el único impedimento real para proclamar la independencia sea la legalidad española, pues los catalanes, supuestamente, estamos ya todos de acuerdo.

El estudio sobre las balanzas fiscales que hace poco dio a conocer el consejero Andreu Mas-Colell según el cual los catalanes aportamos en el 2009 al resto de España unos 16.000 millones de euros (el 8,4% del PIB catalán), que no regresaron de ninguna forma, ha servido para remachar la tesis padana de “nos roban”. La forma como ha sido presentada esta información es muy censurable porque se han escondido deliberadamente datos que matizan sustancialmente el análisis. De hecho, el PSC, bajo cuyo gobierno la Generalitat realizó por primera vez el estudio de esas cuestiones, ha manifestado su desacuerdo por el método empleado. Solo se ha ofrecido una fórmula, una balanza, cuando anteriormente se publicaron cuatro. Y, claro, se ha elegido la que ofrece un mayor déficit. En cambio, se ha censurado la que hasta ahora se consideraba como la más certera, la que se socializaba en el debate político, pues esta vez daba un resultado inaceptable para CiU: la reducción del déficit catalán al 0,4%. Sin duda, lo que ha sucedido es muy grave desde los principios de una sociedad abierta y, sin embargo, quien ha tenido que defenderse y justificarse son los socialistas, acusados por algunos de hacer el juego al españolismo.

Aunque el discurso nacionalista ha colonizado los medios, esa fortaleza expresa también mucha angustia. Es evidente que el independentismo económico ha logrado estos últimos años una influencia en la calle muy importante. Y que se muestra muy decidido a conquistar una mayoría sociopolítica de ahora hasta el 2014, fecha que se avecina clave por muchas razones. Primera, porque todo apunta a que en Escocia puede celebrarse un referéndum sobre su pertenencia al Reino Unido, lo que evidentemente va a estimular otras demandas. Y, segunda, porque en Cataluña hay un sinfín de iniciativas promovidas por plataformas y entidades parapolíticas con el fin de que se celebre ese año una consulta oficial, coincidiendo con el 300 aniversario de la caída militar de Barcelona, el 11 de septiembre de 1714. Ahora bien, salta a la vista que la tensión y los argumentos de “lesa humanidad” que hoy se utilizan desde el soberanismo, con el fin de convertir al independentismo a la mayoría de ciudadanos que se sienten en grados diversos catalanes y españoles, no se pueden mantener durante mucho tiempo. Tienen fecha de caducidad: la forma como se resuelva el asunto del pacto fiscal. De aquí viene la angustia.

El problema mayor para los que somos federalistas es que se está socializando un relato en base a la exageración y al engaño deliberado. Un caso clarísimo es el propagado argumento sobre el supuesto límite a la solidaridad que tienen los länder alemanes, utilizado para subrayar que Cataluña vive una situación inaudita en Europa. En boca de los dirigentes de CiU hemos leído y escuchado repetidamente esa afirmación. Duran Lleida lo dijo en sede parlamentaria, el pasado 16 de marzo. Artur Mas declaró eso mismo a Le Monde un mes antes, Entretanto, un auténtico ejército de opinadores lleva meses propagando ese bulo por tierra, mar y aire. Pues bien, es mentira. Ni en la Constitución alemana ni en ninguna sentencia de su más alto tribunal hay un límite preciso a la solidaridad. Lo que se preserva, con una fórmula de nivelación financiera bastante compleja, es que el orden de las regiones en cuanto a su capacidad financiera no varíe tras el ejercicio de la solidaridad. Sin duda, sería bueno que el modelo federal alemán se trasladase a España. Y también que el cálculo económico del cupo vasco y navarro convergiera con el modelo general, ya que no solo es injusto sino tremendamente perverso para el conjunto del sistema autonómico.

Muchos creen que el escenario de crisis profunda que vivimos hace que el momento sea óptimo
Todo esto se enmarca en un momento muy delicado para la federación nacionalista, pues en 2013 toca revisar el modelo de financiación acordado en 2009. En los próximos meses, Artur Mas va a tener que elegir entre dos caminos, ambos llenos de dificultades. O alcanza un acuerdo con el PSC, lo que significa una apuesta por una nueva mejora de la financiación autonómica en el marco de la LOFCA, en la línea del modelo alemán. Posición que probablemente también podría suscribir autónomamente el PP catalán. O CiU se mantiene inflexible en su posición de partida: un pacto fiscal muy próximo a la fórmula del concierto económico, pero condenado al fracaso político y, por tanto, a aumentar el grado de frustración. Ello con el apoyo de ERC y, sorprendentemente también, de ICV, coalición que aparece cada día más fracturada por la pulsión independentista que encuentra eco entre los jóvenes provenientes de las clases medias lustradas, electorado que se disputa en parte con los republicanos.

A fecha de hoy, es difícil saber cómo se resolverá ese dilema, aunque es cierto que los convergentes llevan años sorteando tesituras parecidas. Ahora bien, nunca como hasta ahora se había tensado tanto la cuerda de los argumentos favorables a la independencia, con declaraciones de mucho peso como las de Jordi Pujol. Y es que, más allá de la política partidista, existe un movimiento ciudadano transversal que está trabajando para forzar un escenario de ruptura y empujar a Artur Mas a convocar una consulta ciudadana con la que quebrar la legalidad española. Muchos creen que el escenario de crisis profunda que vivimos hace que el momento sea óptimo. Es fácil echar la culpa de los recortes y de las dificultades económicas de los catalanes al expolio que, afirman, sufre Cataluña. Desde el independentismo neoliberal se juega a alimentar el espejismo de que, sin España, Cataluña pronto se convertiría en una próspera y competitiva Holanda de sur. La angustia que viven muchos soberanistas es que no saben cómo CiU resolverá su dilema político.

Joaquim Coll es historiador y coautor de A favor de España y del catalanismo (Edhasa, 2010).


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